24-IV-2011
Odio esa serenidad. Verme y no ponerte nervioso. Me ves y me saludas, sonríes, intercambias palabras, me das una palmada cordial en la espalda.
Hielo. Nada. No sientes nada. Solamente saber que ibas a ir al dentista te provocaba mayor turbación. Yo nunca llegué a enraizar como tus muelas del juicio.
viernes, octubre 28, 2011
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